Isabela Lleó: la estructura de lo real desde la geometría.

De esta forma, me parece, se originó la geometría, que se difundió más tarde por la Hélade.
Herodoto (485-425 a.C.)

Réquiem, el conjunto de seis esculturas que se presenta en esta exposición de Isabela Lleó
–la primera en la península tras un periplo mallorquín de treinta años- fue realizado en enero
de este año en el Centro integral para el desarrollo del alabastro de Albalate del Arzobispo
(Teruel). Se trata de un ejercicio clásico, la descomposición del cubo (que es la piedra que el
mencionado Centro de Producción de Arte Contemporáneo puso a disposición de la artista),
que la escultora resuelve poniendo en relación esta forma tridimensional básica con las
variaciones sobre la cruz y las tramas ortogonales en las que ha estado trabajando a lo largo de
los últimos años. En esta exposición se muestran algunos de estos desarrollos, singularmente
el gran conjunto de pinturas Sin título (2020) y Cruces para Ucrania (2022). Por eso, desde un
punto de vista formal prima aquí una búsqueda de la máxima sencillez que no se aleja mucho
de la querencia minimalista por el cuadrado y la trama, pero de ese juego con el más
elemental de los sólidos surge una y otra vez la imagen arcana y saturada de connotaciones de
la cruz: la forma cúbica general permanece siempre intacta, la descomposición de sus caras
sobre la base de una cuadrícula ortogonal es explícita y la repetición del procedimiento nos
sugiere esa posibilidad de infinitas variaciones y desarrollos que caracteriza al minimal; pero
las seis esculturas, distintas pero iguales, apelan a una esencia común no neutra u objetiva,
sino simbólica. Los arcos y las cúpulas, con sus connotaciones arquitectónicas, reafirman esta
intención.
Esta veterana artista, formada en los años ochenta en las academias de bellas artes de
Munich y Hamburgo, donde asistió a las clases de Joseph Beuys, Franz Ehrhardt Walther, Nam
June Paik, Helke Sander y Herman Nitsch entre otros, fundadora y directora del Kaifu Art
Center de Hamburgo en los años noventa, con exposiciones en la Bienal de Venecia (2017),
Australia, Polonia, Austria, Alemania o Suiza, ha dedicado la mayor parte de su trayectoria al
ideal sobre el que se fundamenta todo el movimiento contemporáneo (y el ciudadano
contemporáneo): “la libertad del arte no debía consistir en un diálogo con la vida cotidiana,
sino en la libertad de aspirar a un estado de conciencia superior que abriera nuevos horizontes
para el hombre y le permitiera tomar decisiones de forma autónoma, afirmándose ante la
naturaleza” (Gerhard Jürgen Blum-Kwiatkowski). Así, el arte concreto, el juego con la
geometría, la búsqueda de unas formas ideales, no sólo representan la vía más sólida –aún a
día de hoy, como lo demuestra la pervivencia del minimal- para el arte tras la pérdida de sus
tradicionales funciones representativas a manos de la fotografía y el cine, sino un verdadero
camino –el único, según los pitagóricos- de conocimiento y elevación: la geometría es un
producto genuinamente humano, es el gran ejercicio del intelecto, es la abstracción.

Por eso los análisis geométricos de Isabela Lleó, impecablemente concretados en estas
obras de difícil ejecución (el alabastro, suave y traslúcido pero yeso al fin y al cabo, registra en
su interior cualquier golpe que sufra su superficie) no dejan de rendir homenaje a Malevich, el
más importante de los pioneros suprematistas: en su famoso Cuadrado negro sobre fondo
blanco (1915) partió precisamente de una cruz –“alejó el palo transversal de la cruz hasta
obtener la mitad de un cuadrado y alcanzó mediante la conexión diagonal de las cuatro
esquinas la esencia de la cruz”, recuerda Blum-Kwiatkowski- y arribó a la máxima depuración
de la pintura, a un ascetismo y una racionalización del arte que alumbraron un siglo de arte
abstracto.

Javier Rubio Nomblot